Cook Islands (Rarotonga) – Visa extension

by | 23 Jun 2016 | 0 comments

23 junio 2016

190 días viajando…
10 días en Rarotonga…

Hoy me levanto pensando en hacer mis saludos al sol… pero mi trasero dice que no.

No way. Todavía duele un montón.

Ayer Carlos me dijo que cualquier procedimiento para obtener la visa de trabajo me llevará más de una semana, que es lo que me queda de visa de turista, y me recomendó extender la visa ya mismo.

Así que me como un trozo de papaya (paw paw la llaman aquí), cojo la moto, mi pasaporte y mi billete de avión, y me voy para la Oficina de Inmigración de Rarotonga.

Me atiende una funcionaria, una mujer local que al principio parece seria, pero que con un poco de conversación, una pequeña ayuda para que le funcione el aire acondicionado, y una buena respuesta a su pregunta de si me gusta Cook Islands (¡por supuesto!), se ablanda y es todo simpatía. Voy un poco acojonado porque mi billete es para el 30 de agosto y llegué el 29 de mayo. Eso es un día más de los 3 meses de estancia máxima. También me acojona que no traigo ninguna prueba de buena liquidez, que es uno de los requisitos que piden para quedarse (quieren que gastes, no que trabajes). Pero al final…

…como la seda. Ningún problema. Ya puedo estar oficialmente hasta final de agosto.

El siguiente paso es conseguir un trabajo y la visa de trabajo. A ver lo que sale. Ya he solicitado curro hasta en una florería… que no me parece mala opción en absoluto.

En cuanto termino, me vuelvo corriendo a The Tea House, que tengo que abrir a las 10:30. Lo preparo todo, y me hago un mega desayuno. Justo me lo estoy comiendo cuando llegan Mere y Sophie. Sophie flipa con el tamaño de mi bol de arroz con verduras, pipas de girasol y huevo. Yo le digo… “Nunca sabes cuándo será la próxima vez que puedas comer”.

La mañana transcurre tranquila, con sólo una pareja de clientes que, por una vez, piden algo que tenemos, los pancakes que hice el sábado, hace 5 días. A mí me daría vergüenza servirlos. Pero a Mere no. Un ratito en el horno de aire caliente… y listos.

Por la tarde otra pareja de clientes que piden el Iced Tea (“ups… no tenemos hielo”. “Bueno, pues el green tea”. “Déjeme ver… uf, sí, de eso sí tenemos”) y dos pedazos de bizcocho de coco.

La verdad es que lo paso mal entre la sensación de que no tenemos la mitad de las cosas que vienen en el menú (“¡sé creativo!”, dice Odette) y las hormigas que lo invaden todo y yo lucho porque ninguna llegue hasta los clientes.

En fin, mañana será mi último día.

Odette no me ha contestado al eMail en el que le anunciaba mi marcha. Debe estar mosqueada. Cuando se entere de que, además, no me voy de la isla, le va a sentar como un tiro.

Mi amiga Laura, de Tasmania, me comentaba en Facebook que le daba la impresión de que el sistema helpers estaba haciendo aguas, al ver mis últimas experiencias. En realidad es un tema de oferta y demanda. Si estoy en Australia, donde hay miles de hosts deseando tener un helper, se esforzarán hasta el infinito en tenerte contento. Si estoy en Cook Island donde hay 3 host para los cientos de helpers que quieren venir aquí, te tratarán como si te estuvieran haciendo un favor. Yo creo que salen perdiendo, porque dejan escapar a la gente más válida, pero a mí me da igual. Por lo que veo aquí hay muchísimas oportunidades. 

Terminamos el día a las 16h con sólo esas dos parejas de clientes. No me extraña que Odette diga que pierde dinero con el Café.

Después del curro me apetece ver la puesta de sol con una cerveza, así que decido cogerme la moto e irme al Vaiana’s. Como está más o menos en la otra punta de la isla, da un poco igual por qué lado ir, así que esta vez decido ir hacia el oeste, hacia la puesta del sol. Son unos 20 minutos. La velocidad máxima en toda la isla es de 50 kms/h y, en general, se respeta. La carretera no da para más. Eso significa que los que han nacido aquí y nunca han salido, no saben realmente lo que es ir a 100 Kms/h o más.

Cuando voy por la altura del final de la pista de aterrizaje del aeropuerto, veo a una chica andando sola al lado de la carretera, en una zona donde no hay nada. Pienso en parar y ofrecerme a llevarla, pero para cuando termino de pensarlo, ya me he pasado de largo, claro.

Lo pienso un poco más, y cuando ya voy por la altura de departures, decido dar media vuelta y hacerle el ofrecimiento. Así que desando lo andado hasta que la veo, la paso de largo y vuelvo a dar media vuelta. Y cuando llego a su altura…

…la timidez me puede y me vuelvo a pasar de largo. Me resulta un poco invasivo pararme al lado de una chica sola y decirle “Hey, te llevo?”. Puede resultarle un poco violento.

Así que, como un tímido adolescente, me doy por vencido y me voy al Vaiana’s a pedirme una coronita (aquí es sin diminutivo), sentarme en una de las mesas de la playa y disfrutar de la puesta del sol.

En ningún sitio del mundo el atardecer tiene estos colores. No puedo evitar la tentación de tirar algunas fotos.

Cuando termino mi sesión de fotos, levanto la cabeza y… ¿a quién me encuentro en la mesa de al lado? Efectivamente, a la misma chica, sola, y tomando la misma cerveza que yo.

Soy tímido, pero sé interpretar las señales del universo cuando me las pone delante de las narices. Así que armado de valor y mi cerveza, me acerco y le pregunto si espera a alguien o si prefiere estar sola… Me dice que acaba de llegar, pero que acepta la compañía.

Así que pasamos un rato de charla agradable. Se llama Chelsea y es de Nueva Zelanda, cosa que me doy cuenta a la segunda palabra que dice y que no entiendo. Y es que el acento neozelandés me mata. Es diseñadora gráfica y llegó ayer, como avanzadilla de unas vacaciones con más familia.

Tras tres rondas de cerves y mucho rato de conversación, Chelsea anuncia que se retira. Como ya es noche cerrada, me ofrezco a llevarla a su alojamiento, el Ratotonga Backpackers. Todavía me queda algo de caballero. Una vez allí nos despedimos. Por cierto, que ella paga $23/noche y a mí el International Backpackers me va a salir por $16/noche a partir del sábado. Parece que he elegido mejor. 😉

A la vuelta, justo, empieza a llover. Vaya puntería tengo. Pero así es el tiempo aquí. Pasa de despejado a lluvia torrencial en medio segundo.

Ya en The Tea House me hago un apaño de cena. Una especie de sopa con arroz, quinoa, lentejas, col, zanahoria y patchoy. Y no queda mal.

Mañana es mi último día de trabajo en The Tea House. Y a ver qué tal, porque no estará Mere, con lo que la responsabilidad ante los clientes va a ser mía. Espero que no venga nadie. :-p

Por lo demás me siento bastante más centrado y tranquilo. La seguridad de haber conseguido sin problemas la extensión de la visa, la tranquilidad de saber que el sábado me voy de The Tea House, la energía que me transmite esta isla, la confianza de que me va a salir algo chulo… me hace sentirme mucho mejor.

Por otra parte la facilidad con la que estoy conociendo gente y la cantidad de cosas que me pasan cada día, me mantiene ilusionado y contento.

La vida es una gozada.

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