10 agosto 2016

237 días viajando…
5 días en Brisbane…

Con el miércoles llega mi primer día libre en Brisbane. Mientras me levanto y hago mis saludos al sol, la familia está con los últimos preparativos para ir al EKKA, la feria de Brisbane. Les dejo tiempo y espacio y, una vez que se van, me hago mi desayuno habitual de arroz, verduras, huevo y frutos secos.

Y después, me voy para Brisbane. Nicola, muy amablemente, me ha dejado una go-card, la tarjeta de transportes con la que puedo subirme en cualquier autobús, tren o ferry, así que genial. Me cojo el bus 301 al centro y llego en nada.

Nada más bajarme veo un 7-eleven.

No entiendo como en España fueron un fracaso, aquí son imprescindibles. Por supuesto, venden SIM’s de todas las operadoras a $2. Después de mirarme todos los números de las SIM’s de Lebara, me cojo el más fácil de recordar. ¡Ya tengo teléfono aussie!

Pero activarla es casi un infierno, porque la web de Lebara funciona como el orto a través del móvil, así que al final tengo que llamar al servicio técnico para que me la activen. Después, otro infierno para intentar meterle algo de dinero como prepago, pero al final no lo consigo y se me hace tarde. A las 12 he quedado con Clyde en St. Pauls Terrace para comprarle su bici, así que me voy para allá.

Clyde me da la bici y me comenta que tiene un problemilla con el freno trasero, cosa que ya ponía en el anuncio. Le pago los $45 acordados y me voy.

Y no tengo que andar mucho para darme cuenta que el freno trasero es el menor de los males de la bicicleta. ambos cambios de marchas están rotos y funcionan fatal y el pedal izquierdo está roto y se cae con facilidad.

No estoy nada contento, pero voy con prisas, así que le mando un mail a Clyde quejándome del estado de la bici y me dice que lo siente, que no era consciente de que estuviera tan mal y que se la lleve el viernes y me devuelve el dinero. A ver si es verdad.

Me pillo el bus a Kenmore, donde he quedado con Mercedes, la mujer húngara cuya casa y cuyos perros me ofrece para cuidar a partir de la semana que viene en Brookfield.

Mercedes pasa a recogerme y me lleva en su coche hasta su casa. El sitio está bastante apartado, como a unos 20 Kms del centro, y muy aislado. Desde la casa no se ve ninguna otra casa, sólo montaña… pero el sitio es una auténtica maravilla. Y la gran ventaja es que me deja su coche, por lo que no estaré tan aislado. Y es que se necesita coche sí o sí. No hay transporte público… ni siquiera hay cobertura de móvil. Por suerte tiene Internet, si no, se parecería mucho a un Vipassana. 😛

Mercedes es una mujer encantadora, de una energía especial, que se va a hacer un viaje de 5 semanas en autocaravana con su hija Phoebe. Me presenta a sus dos perros, Archie, un Jack Russell (mi raza preferida. Son los más inteligentes) de 5 años que es pura energía, y Tank, un veterano de 15 años que es el extremo opuesto. Pasamos un rato de charla agradable con un té, durante la que me explica que en principio, lo de cuidar la casa, se lo iba a hacer un familiar, pero le ha cancelado de última hora y por eso ha tenido que recurrir al House Siting, por eso va a ser la primera experiencia para ambos. Me explica algunos detalles sobre los perros, la casa y el cuidado.

Casi se disculpa por lo pequeña que es la casa, pero claro, yo en Madrid vivía en un apartamento de 50m2. Esta “pequeña” casa tiene salón, cocina, tres habitaciones, más un pequeño espacio semiexterior y un amplio terreno. Es pequeña en comparación con los estándares de aquí. Para mí… es enorme! 

Y la casa es preciosa, la verdad. Tiene muy buena energía. Va a ser todo un reto estar solo aquí (bueno, con Archie y Tank) durante todo un mes, pero por otra parte va a ser toda una experiencia. Y si consigo un trabajo, me moveré con frecuencia, así que no me asusta.

Ambos nos damos el aprobado y quedamos en que me mudaré a la casa el Jueves 18 (¡dentro de sólo una semana!), dos días antes de que ella se vaya de viaje, para que termine de explicarme todos los detalles y me adapte bien.

Me lleva de vuelta a Kenmore y desde ahí me pillo el bus al CBD (centro). 

El centro del centro es la esquina de Albert St. con Queen St. y es un puro caos de gente.

Como aún hay luz, me doy una vuelta por ahí y aprovecho para tirar algunas fotos. 

Kings George Square

El City Hall

La Albert Street Uniting Church, resistiendo entre los edificios de oficinas…

Grúas de la construcción a la orilla del río…

 El Río Brisbane

Hasta aquí llegan las normas…

Los restos de la Expo del 88

Y finalmente… mi pobre bici.

De camino a la casa, saco foto al Breakfast Creek Hotel.

Llego empapado de sudor. Empiezo a pensar que si tengo una tarjeta de transporte y después voy a tener un coche… igual lo de la bici no es tan buena idea. Así que probablemente no me compre otra cuando devuelva ésta. El universo me da segundas oportunidades y me deja repensarme las cosas. Se agradece.

La familia aún no ha llegado del EKKA, así que me preparo un arroz integral con lentejas y verduras que está de impresión. O eso, o que yo tengo mucha hambre. Me lo como tan rápido que se me olvida hacerle foto.

Mañana me vuelve a tocar llevar y recoger a Stephen en el colegio. Por cierto, cada vez que voy, me llaman la atención un par de cosas.

Una es que, como parte del uniforme, muchos de los niños y niñas (no todos) llevan sombrero. Esto lo había visto también en otras partes de Australia y es parte del miedo que le tienen a la radiación solar.

La otra es que me he fijado que al recoger a los niños, la gran mayoría de las madres cargan con sus mochilas. Unas veces la madre le coge la mochila al niño, otras el niño se la da y otras directamente el niño la tira al suelo para que la madre la recoja. No lo acabo de entender. No me parece una carga tan grande como para que el niño no pueda llevarla y el mensaje que está recibiendo el niño es que la madre está a su servicio. 

No tengo hijos, así que no puedo opinar mucho, pero para mi madre una de las cosas más importantes era el respeto y la generosidad. Obviamente es la generosidad la que lleva a una madre a aligerar de carga de su hijo… pero entonces el que no está aprendiendo la importancia de la generosidad y el respeto es el pequeño.

Cuando ayer hablaba de que no se me ocurriría dar consejos (y mucho menos tomar decisiones de otros), especialmente en temas de salud, se me olvidó añadir que ése era uno de los motivos por lo que he decidido no tener hijos (aunque nunca digas de este agua no beberé). Y es que cuando tienes hijos te toca decidir por ellos, al menos hasta cierta edad. A mí eso me parece de una responsabilidad tan descomunal, que me da vértigo sólo de pensarlo. y ya no sólo en temas de salud, también de alimentación, de educación, de enfoque de vida, de gestión del dinero… 

Uf… quita, quita.

1 Comment

  1. pblog

    Jajaja, bueno Pablo da más miedo pensarlo que hacerlo, como casi todas las cosas en la vida.
    Seguro serías un fantástico padre, errando y aprendiendo como hacemos todos 😉
    Un beso
    Carmen

    Reply

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